Cuando termina el año me pongo más reflexiva de lo normal, así que hoy me animo a soltar letras de cierre, al menos por el 2023, de una reflexión que me ha perseguido todo el año.
La felicidad en nuestras mentes está llena de aspiraciones que nos ha sembrado el mundo exterior: la casa, el carro, los viajes, el cuerpo perfecto, ser tu propio jefe y muchas otras cosas se han convertido en la meta de muchos.
En esa persecución de cosas que podemos querer como no tanto, pareciera que la meta viene con un libreto: llénate de títulos académicos para ser más competente, vístete y habla bien para que te respeten, relaciónate con gente que tenga esos intereses… y por ese camino pareciera que todo está bien y por algún otro no tanto.
Tengo que reconocer que he seguido muchísimas cosas de ese libreto, porque esa “felicidad paradigmática” realmente puede tomarse como un consejo de otras generaciones en relación con lo que realmente brinda alegría y satisfacción en la vida.
Pero, por otra parte, hay muchas otras cosas en las que no creo. Y este año me he dado a la tarea de definir mi propia felicidad, y sobre todo, de actuar desde lo que realmente quiero ser para lograr las cosas que me he propuesto, y no para la admiración externa, sino para la mía propia.
La realidad es que este año me ha mostrado que ser uno mismo es liberador, pero que hay un precio no tan lindo que pagar por ello.
Sentirme bien por tratar de actuar con bondad, generosidad y respeto me hace sentir en paz, pero la realidad es que el mundo en su voracidad a veces te devuelve atropellos del entorno por actuar así. Esa respuesta de algunos duele, incomoda, indigna, pero la verdad es que es un daño colateral de una posición que yo en mi alegría decido asumir.
En ese sentido, un gran aprendizaje de este año es abrirles los brazos a los daños colaterales de mi actitud elegida ante la vida.
Una vez hacemos las paces con eso, da menos miedo ser uno mismo.
Ser yo misma, expresarme en libertad, pensar libremente, tomar mis propias decisiones, seguir mi instinto ha sido un hermoso regalo que la vida me dio en este 2023.
Y no, no es que antes yo fingiera ser alguien más, es que antes sentía que tenía que “acomodarme” al entorno en persecución de mis sueños.
Ese “acomodarse” es un bulto muy pesado sobre los hombros. Es como tratar de caminar largas distancias con unos zapatos que te quedan apretados.
Así que, sin darme cuenta, en ese proceso reconstructivo de buscar ser feliz, decidí ponerme no solo los zapatos de mi talla, sino también el modelo que más cómoda me hace sentir.
En esa liberación disfruto más de mí misma, que al final, es la única compañía que a mi parecer uno debe perseguir: querer estar consigo mismo.
Confieso que hay personas que se gozan acompañarme en la vida tal y como me muestro, y hay otras tantas que no. Esas que no, también son daños colaterales que en adultez hay que aceptar y soltar.
En fin, resumo mis aprendizajes como ser uno mismo es hermoso, pero hay que estar dispuesto a pagar el precio. Al final, el balance es absolutamente positivo.
Les deseo a todos un feliz 2024, donde por sobre todas las cosas, sean muy felices en la alegría y tengan mucha paz en la tormenta.
