La frase "no tengo tiempo" se ha convertido en mi mantra los últimos años. Sus compañeros favoritos son "tengo demasiado trabajo", "demasiado sueño" y "demasiado por hacer".
El hecho es que un día, cambié ese mantra por "como nunca tengo tiempo, hagámoslo mañana", lo cual me permitió aumentar mi percepción de productividad, y mirar los días con esa hermosa sensación del deber cumplido.
Todo iba muy bien hasta que me di cuenta que me sometí a la urgencia del momento, y en mi agenda dejó de haber espacios para aquello que realmente quiero hacer.
He puesto en práctica cientos de técnicas de productividad y he comenzado a pensar en que ese codiciado "balance de las áreas de la vida" no es más que una utopía.
Hoy me baso en la premisa de que siempre tenemos tiempo, lo que no tenemos es claridad en nuestras prioridades. Así que en lugar de pensar en hacer una distribución sensata de mi agenda, me he dedicado a tratar de validar de forma rutinaria lo qué es importante para mi, de forma de darles un espacio y tiempo para poder dedicarme a ello.
Un día me levanté con la consciencia de lo corta que es la vida, cosa que se ha hecho más frecuente desde la muerte de mi papá, y decidí ir a visitar a mi mamá en Caracas.
Lo venía postergando por meses porque ajá: "tengo demasiado trabajo", "demasiados gastos" y "demasiado por hacer". Pero ese día en particular decidí salir del automático y reconocer como prioridad tener la paz de ver cómo iban las cosas de regreso en casa.
Ya con casi todo listo para el viaje, se me volvió a atravesar un plan que - literalmente - tenía toda la vida postergando: ir a conocer Los Roques en Venezuela.
Otra vez me encuentro con un conflicto de prioridades, y con las excusas típicas de tiempo y dinero. Pero está vez, en un compromiso de amor propio, dije: me voy.
Una vez mi cerebro toma la decisión, de alguna forma encuentro la manera de llevarlo a cabo.
Y ¡voilà! en un abrir y cerrar de ojos estaba con Gaby, personaje crucial para decirle que si al plan, sentada en el aeropuerto esperando para abordar una avioneta rumbo al archipiélago.
Cabe destacar que la avioneta, un avión que se siente de juguete en relación a un avión comercial, era barrera de miedo clave para el plan.
He aquí una muestra de mi cara de susto:
Pero una vez del otro lado: ¡wow!
Fue todo lo que me habían dicho y más: la paleta de azules, turquesas y verdes naturales más hermosa que mis ojos jamás hayan visto.
Estuvimos en el archipielago poco más de 24 horas, pero haber sobrepasado cada razón, o excusa previa, valió la pena en oro.
Toda la experiencia me llevó a una nueva premisa en mi vida: Me comprometo a no postergar.
Nunca vas a tener suficiente tiempo, suficiente dinero, el mejor clima o la compañía de todos los que quisieras para tomar la decisión de hacer lo que sueñas hacer.
No tenemos certeza del tiempo que estaremos vivos, pero si tenemos en nuestras manos la decisión de qué hacer con el cupón de 24 horas que nos regalan a diario.
Hagamos de ese cupón una historia digna de contar y recordar siempre.
